Fue una noche de descubrimiento para el público fronterizo. Y memorable como pocas en las diez ediciones del Festival Internacional Chihuahua.
Provisto de un pequeño «arsenal» de instrumentos musicales, pero sobre todo con el privilegiado instrumento de sus voces, el ensamble Dakha Brakha conquistó el mayor recinto cultural de la ciudad: el Teatro Víctor Hugo Rascón Banda.
Sólo cuatro artistas (tres mujeres y un hombre), tejiendo melodías con los sonidos y armonías de diversas regiones, culturas y épocas. Fue un regalo a los sentidos y al espíritu. Un «dar y recibir» (tal es el significado de Dakha Brakha) del cuarteto ucraniano con el público mexicano, al que llegaban por primera vez y al que encantaron su magia.
Con la sencillez de los artistas verdaderamente grandes, el ensamble hizo su aparición en el escenario, y luego de agradecer (en idioma español), iniciaron con una pieza con las notas vibrantes de las percusiones, como inicio de un recorrido musical que llevaría a los oyentes a la Europa del Este, al África negra e inclusive más allá. Cantaron no sólo en su lengua nativa, sino inclusive en inglés (Specially for you), e inclusive se aventuraron por los ritmos actuales (Karpatskyi rap).
Las sonidos provenientes de tambores, piano eléctrico, acordeón, pandero y un cello con alma de contrabajo, formaron un todo armónico durante la mayor parte del concierto. Pero, cuando por momentos callaron, las voces a capella demostraron su infinita superioridad sobre los instrumentos creados por la mano del hombre.
Las de ellas, tres voces de diferentes tesituras, con momentos en que afloraba la coloratura. La de él, en una pieza en particular, mostrando un amplio rango vocal: desde los agudos del contratenor, hasta las notas graves del tenor, a media voz y con una gran expresividad facial.
Son voces que lo mismo acarician que hacen vibrar al oyente, sin estridencias.
También los sonidos de la Naturaleza estuvieron representados: el rumor del viento y el canto del ave con el batir de sus alas.
El público, simplemente embelesado con lo que los propios artistas han definido como «caos étnico».
De orígenes teatrales, el llamativo vestuario de los artistas: ellas, de vestido blanco, gorro de gran altura, collares, y él, un sobrio conjunto de pantalón y filipina en color oscuro y con bordados étnicos. Hasta el cello estaba vestido de colores.
Los artistas correspondieron a los aplausos, porras y cariño del público fronterizo con una nueva ronda de melodías, para concluir él con una fugaz manifestación por su país -confrontado actualmente con Rusia-, al sacar una pequeña bandera de color azul y amarillo y exclamar: «¡Viva la libertad!» Nuevamente dieron las gracias y se retiraron. Tras el telón, se reunirían con fans.
El único incidente en una noche memorable, fue un apagón por aproximadamente diez minutos en el inmueble, cuando recién se abrieron las puertas y el público ingresaba al inmueble. (Fotos: Gabriel Cardona/FICH)