En el 2000, un joven ingeniero industrial recién egresado de la Universidad Veracruzana se unía al éxodo de miles de compatriotas rumbo al norte, en busca de Eldorado maquilador en Ciudad Juárez. Quince años después y luego de ser testigo de la explotación laboral y los abusos intramuros, él mismo ha quedado fuera de un empleo que creyó seguro y ahora la incertidumbre le acompaña.
Aunque gracias a su formación profesional Carlos Serrano había accedido a un puesto de supervisor, pudo conocer a muchos otros –hombres y mujeres, campesinos o hijos de campesinos- que, debido a su educación limitada, sólo consiguieron un lugar en la línea de producción como operador (la categoría más baja en el sector industrial fronterizo), con los salarios ínfimos que obligan a la mayoría de las familias a sumar dos o más sueldos (de padres, hijos y hasta nietos), para el sostenimiento del hogar.
La presencia de estos migrantes laborales –inadvertida en los primeros años, y del todo evidente en los posteriores- en una tierra extraña en la que muchos se sintieron extranjeros, dio origen a una nueva identidad: juarocho, una combinación de juarense y jarocho. En lo sucesivo, así se les conocería aún en su terruño, en el remoto caso de que optaran por el retorno vía el programa gubernamental “Veracruz sin fronteras”, de corta existencia.
No ha sido fácil la vida para estos hombres y mujeres que abandonaron sus comunidades de origen a causa del desempleo generado por la crisis económica nacional de mediados de los 90, y que según estadísticas del Consejo Nacional de Población colocó a Veracruz de ser receptor de migrantes gracias al boom petrolero de 1950 a 1980, en un estado expulsor hasta colocarse en el segundo lugar del ranking nacional del periodo 1995-2000 con un 12.8 por ciento, sólo superado por el Distrito Federal con 21.9 por ciento.
Según testimonios recabados, ante la escasez de empleo en territorio veracruzano, la frontera norte -y Ciudad Juárez en particular- se presentó como la opción para buscar una vida mejor… A más de dos mil 500 kilómetros de distancia.
Ciertamente, la crisis económica de los 90 también había alcanzado a Ciudad Juárez, pero la depreciación del peso y, sobre todo, su ubicación estratégica y la apertura a partir del Tratado de Libre Comercio (TLCAN), llevaron a la reubicación de plantas estadounidenses al sur del Río Bravo y a la ampliación de las ya existentes, con lo cual la demanda de mano de obra se disparó. Empero, los bajos salarios no atraían a los buscadores juarenses de empleo.
En ese contexto, la migración que había iniciado alrededor del año 1995 –según reporta la investigadora social Susann Vallentin H. Boisen-, creció hasta alcanzar su máximo en el 2000, coincidiendo con el pico alcanzado por la industria maquiladora en la generación de empleo con 260 mil puestos de trabajo.
Según encontró Boisen en su trabajo de campo, la emergente migración veracruzana se dio teniendo como destino nacional la frontera norte –y en particular Juárez- con el empleo maquilador como imán de atracción.
Ello es corroborado actualmente por cualquier juarocho, sea recién llegado a la ciudad o con años de residir allí: “Nos venimos a trabajar… Es que allá no hay trabajo”, dice María Romero Ramírez, de 65 años y originaria de la comunidad de Guadalupe, en la Huasteca, quien con su esposo hace 18 años abrió la ruta para que el resto de la familia migrara rumbo al norte. Viuda desde hace casi dos años, la mujer subsiste de ocasionalmente vender tortillas “de rancho” que ella misma hace, pero el hogar donde hay tres niños es sostenido por la hija que labora turnos de hasta 15 horas diarias en una maquiladora, “porque si no, no comemos” dice enfática.
“Cuando llegamos aquí, después de tres días de camino en un camión, pues a dormir en el piso… Ahora que ya no está mi esposo (recientemente fallecido), mi hija trabaja para todos: somos cinco de familia… Ella se tiene que quedar todos los días tiempo extra para modo de comprar mandado, de que alcance, porque además su casa (en Riberas del Bravo) la está pagando”, agrega la anciana, quien recuerda que para reunir el dinero de los pasajes hace 18 años ella y su pareja tuvieron que trabajar durante meses en el corte de caña por pagas de 800 pesos o menos a la quincena.
Las vecinas la recuerdan que llegó a Riberas del Bravo con el vientre característico de un embarazo avanzado. A sus 24 años, Nancy Gisela Santiago Cook había optado por emigrar con su esposo y otros dos niños pequeños, a buscar el trabajo que en su tierra –Ciudad Isla, “por Acayucan”- sencillamente no encontraba.
Lo curioso es que Nancy Gisela y su familia llegaron a Ciudad Juárez vía Sonora ya que primeramente habían sido reclutados para el trabajo en los campos agrícolas de ese estado (donde es frecuente que los jornaleros sean acompañados por esposa e hijos), pero sólo permanecieron un par de meses. El suegro de ella ya vivía en Ciudad Juárez desde hacía algún tiempo, y en una de sus comunicaciones “nos dijo que había mucho trabajo allí”.
La pareja con dos niños y otro más por nacer, se trasladó a Juárez con escasos recursos ya que al salir de Veracruz habían vendido sus pocas pertenencias y el dinero que se había gastado durante el viaje. Ya estando en Juárez, luego de algunas semanas él consiguió trabajo en una maquiladora, y luego del parto ella también. La familia vive en una ruinosa vivienda abandonada en la parte final de Riberas del Bravo, gracias a que una vecina los contactó con el dueño que ya no vivía allí y se las prestó por tiempo indefinido.
A los 78 años y contando con una mínima pensión por su condición de adulta mayor, Teresa Valencia Moreno optó por migrar a Ciudad Juárez desde Córdoba. Un hijo y tres nietos fueron sus compañeros en el viaje por autobús que tomó dos días y medio.
Otro hijo de Teresa –el padre de los tres menores- es esperado en los siguientes días. Todos vivirán –temporal o definitivamente, no se sabe- en la misma casa con la primera hija que hace 16 años emigró desde Veracruz y en la cual vive con su esposo juarense y dos hijos pequeños. Serán un total de ocho personas en la vivienda de dos habitaciones con apenas 45 metros cuadrados de construcción total.
Los motivos de doña Teresa para ser una migrante de la tercera edad son también laborales, pero no de ella, sino del hijo que está por llegar desde Veracruz, quien es su sostén económico. Su papel como abuela será cuidar de los nietos (algunos nacidos en Córdoba y otros en Juárez), y estar a cargo de replicar los olores y sabores de los platillos típicos de su terruño (algo imposible con los ingredientes locales, afirma, aunque cada vez haya más disponibilidad de pollo de rancho o pescado del Papaloapan en la frontera, que son transportados para abastecer a fondas de comida regional aquí).
Parece un lugar común, pero el dicho se repite en labios de Teresa: “Allá (en Veracruz) hay mucha escasez de trabajo… Y él (el hijo que está por arribar), tiene que trabajar para mantener a estos niños… Y también a mí”.
En su caso, el viaje que inició un martes fue tan tardado que concluyó hasta el domingo siguiente, “porque está retirado”, explica la mujer. “El carro” –como ella se refiere al autobús- venía lleno. El pasaje por persona –niño o adulto- tuvo un costo de 1,000 pesos, lo mismo que en los casos anteriormente citados. Esto fue hace tres meses.
EL ACARREO
Aunque los investigadores sociales recalcan la inexistencia de datos precisos sobre el número de veracruzanos que tuvieron como destino esta frontera, un reporte del Instituto Municipal de Inmigración y Planeación con datos censales indican que en el año 2000 eran el primer grupo migrante asentado en Juárez con el 28.04 por ciento, superando ya a otras comunidades de larga trayectoria como los originarios de La Laguna y Zacatecas.
En base a una población total de un millón 218 mil 817 en la ciudad, este porcentaje se traducía en 119 mil 683 juarochos como ya eran conocidos y quienes en su inmensa mayoría tenían como destino el incorporarse a las líneas de producción de la industria maquiladora de exportación (IME).
Una migración de esa magnitud necesariamente da origen a una estructura de movilización. Surgieron entonces los viajes especiales por medio de autobuses “piratas” amparados como transporte turístico, que establecieron la ruta directa Veracruz-Ciudad Juárez.
Luego de realizar trabajo de campo tanto en Oteapan (Veracruz), como en Ciudad Juárez (Chihuahua) para su tesis doctoral durante la etapa de mayor migración, la investigadora social Susann Vallentin H. Boisen consignó que “la inserción de los veracruzanos en la IME resultó tan provechosa para la industria maquiladora, que entre 1998 y principios de 2001, momento de un crecimiento importante de la IME, la industria comenzó a reclutar mano de obra directamente en el istmo veracruzano”.
La investigadora social recalca en su trabajo que “muchas maquiladoras tenían la costumbre de traer operadores directamente desde el sur de Veracruz, por lo menos entre los años 1998 y principios del 2001”, y de manera particular en los meses de octubre de diciembre, cuando generalmente había un incremento en las metas de producción.
Esta “búsqueda activa” de fuerza de trabajo en el sur de Veracruz incluía comúnmente anuncios en la radio, así como el uso de “voceros” locales (perifoneo, aparentemente), de volantes y de anuncios insertados en el aviso clasificado de los periódicos locales, señala Boisen. En el periodo de auge, las empresas inclusive mandaban sus “carros (camionetas) de personal” a los puntos de llegada de los nuevos migrantes, para reclutarlos. Para ellos se les invitaba a la planta, donde les servían un desayuno mientras se les hacía un recuento de las ventajas de trabajar allí y se les convencía de firmar contrato laboral.
Al respecto y según diversos testimonios, la oferta de los traslados desde Veracruz era promocionada en reuniones informales en las comunidades –particularmente del área rural- por los propios transportistas o lugareños que actuaban como sus representantes. Paralelamente, en Juárez varias zonas eran habilitadas para la llegada y salida de los autobuses, e inclusive en la Colonia Azteca –ubicada en lo que hasta hace algunas décadas fue la periferia de la ciudad- por algunos meses operó una “central pirata”.
Nancy Gisela, la joven originaria de Acayucan, relata que en las comunidades hay personas encargadas de reclutar con el ofrecimiento de trabajo, en algunos casos para el campo pero en otros para la maquila, en procesos que tienen puntos en común.
“Cada año van personas de aquí y de Sonora, y llevan el transporte, para quienes estén interesados sabiendo que en el campo es por tiempo (temporada)”, afirma la joven migrante. El mecanismo es similar en ambos casos: “Hay un muchacho allá que es el que se encarga de reunir a las personas, de invitarlas… Y pues, ya los que se vienen allí con ellos ya vienen directamente a trabajar y directo a un lugar”, agrega.
El problema es que en la comunidad se ha sabido posteriormente de incumplimientos y abusos, pues algunos migrantes no han llegado a su destino sino que han sido abandonados en el trayecto y luego deben regresar por sus propios medios.
Reconoce que ella misma no quería llegar a donde está ahora, de ahí que su primera opción fueran los campos agrícolas de Sonora: “…Pero yo le dije a mi esposo que allá no me gusta (Juárez), pero pues yo voy a trabajar y voy a procurar sacar mi casa (que todavía está pendiente)”.
Así, el trabajo en la maquiladora pasó a formar parte del proyecto de vida de Nancy Gisela y de miles más de sus paisanos. En opinión de la investigadora social María del Rocío Barajas, por el hecho de generaba tres cuartas partes del empleo industria en los estados de Baja California, Tamaulipas y Chihuahua, en 2005 su presencia seguía siendo “un imán de corrientes migratorias”.
Mientras tanto y para llenar sus requerimientos de mano de obra, las empresas maquiladoras entraban en una abierta competencia: ofrecían bonos por contratación y por referidos, pero –más importante- flexibilizaban los requisitos exigidos a los solicitantes: muchas veces bastaba con sólo saber leer y escribir y hacer cuentas, y se omitió el comprobante de residencia mínima de un año en la ciudad.
No sólo para los veracruzanos, para cualquier otro obrero de maquiladora, fue la era dorada: había empleo abundante, y aunque el salario base era bajo, los bonos por asistencia, puntualidad y producción y –sobre todo- el tiempo extra, hacían que los trabajadores salieran contentos cada día de pago. Además, no había necesidad de “aguantarse” en una empresa en la que no se estuviera a gusto. Era conocido que muchos renunciaban hasta porque los alimentos del comedor industrial no eran de su agrado, y al día siguiente ya estaban trabajando en otra planta.
Esta situación favorable por la “buena salud” de la industria maquiladora, cambiaría a raíz de la crisis económica estadounidense a mediados de la primera década del siglo XXI, que llevó a las plantas establecidas en Ciudad Juárez a entrar en una serie de paros técnicos (semanas reducidas de trabajo), con cierre y reubicación en algunos casos, a causa de la caída en los pedidos provenientes de sus corporativos. La volatilidad propia de esta clase de inversiones también contribuyó a la situación de recesión que adquirió características de crisis con la pérdida de 100 mil empleos en menos de una década, según reconocieron las propias autoridades del Estado y Municipio. Por temporadas, la contratación laboral en el sector, prácticamente se frenó.
Estas nuevas condiciones económicas –y más recientemente la Reforma Fiscal- llevaron a que en el sector maquilador se generalizaran nuevas políticas de administración que cancelaron la mayoría de las prestaciones no obligatorias por la ley, además de la cada vez más escasa disponibilidad del “tiempo extra” con cuyo pago los obreros complementan su magro salario que les impone una incapacidad de ahorrar, y cuya situación económica se reflejaba en la frase común: “Lo que ganas allá, allá mismo te lo gastas en comer y pagar renta”. Una de las contadísimas empresas que lo hacen, Lear Corporation (maquiladora de vestiduras automotrices), anuncia un salario inicial de 102.60 pesos diarios, con expectativas de incremento del 19.27% a los seis meses, y que más bonos y prestaciones totalizan 1,012.05 y 1,255.72 pesos respectivamente. La jornada típica es de a nueve a nueve y media horas.
No obstante el difícil panorama laboral que ahora se presentaba, la migración veracruzana se seguía generando, ahora con fines de reunificación familiar. La crisis de seguridad, que se manifestó en la época más violenta de Ciudad Juárez, haría a muchos repensar su permanencia aquí, aún sin tomar en cuenta la discriminación que como colectividad han padecido, en no pocas veces siendo víctimas del “odio jarocho” de los juarenses.
La situación de muchos a causa del cierre de empresas o de los recortes de personal, aunado a la violencia generalizada a partir del 2008, llevó al gobierno veracruzano a poner en marcha un programa para apoyar el retorno de los compatriotas.
El año 2010 fue el inicio y el final del programa “Veracruz son Fronteras”, del cual sólo hubo siete vuelos para el retorno de los ahora denominados juarochos, mientras que otros recibieron un apoyo económico para que por sus propios medios realizaran el viaje.
¿Acaso ello significa que el éxodo jarocho ya terminó? No necesariamente. En las semanas recientes, las autoridades del Estado y Municipio han recalcado que la mejoría de la economía fronteriza ha generado miles de nuevas vacantes en la industria maquiladora, y que se tiene conocimiento de que las empresas están reclutando obreros en Jiménez y otras ciudades del sur del territorio chihuahuenses. Por otra parte, en el mismo lapso se han generado protestas de grupos de trabajadores que reclaman un alto a los abusos intramuros, que incluyen pago de “cuota” por acceder al tiempo extra y malos tratos que incluyen acoso sexual y laboral.
En Riveracruz (como popularmente se le conoce, por concentrar a gran parte de la comunidad juarocha), pudieran estar mejor enterados. Dice María Romero Ramírez, la anciana que vende tortillas en la colonia: “Vino un señor a decir que van a volver a mandar camiones a Veracruz, y que van a poner un albergue, para allí se queden… ¿Usted cree que la gente quiera otra vez? Yo creo que no…”